08-06-2013, 09:43 AM
Para un lego, la respuesta puede ser evidente, pero para un biólogo evolutivo, no lo es tanto. La pregunta es por qué las hembras de muchas especies socialmente monógamas ponen los cuernos a su pareja con otros machos. A la inversa, la contestación es clara desde el frío punto de vista de la ciencia: cuanto más copule el macho con otras, más crías tendrá y sus genes se convertirán en inmortales. En el caso de las hembras, la respuesta es más compleja.
Estudios recientes muestran que una hembra asume riesgos mayores a la hora de cometer una infidelidad, desde el abandono de su macho hasta el contagio de una enfermedad de transmisión sexual, pasando por el ataque de un depredador. Sin embargo, las hembras siguen buscando relaciones fuera de su pareja.
Una 'rata' de laboratorio
Investigadores del Instituto Max Planck de Ornitología, en Seewiesen (Alemania), recuperan ahora una explicación "fascinante" denostada durante dos decenios: la genética. Tras estudiar a lo largo de cinco generaciones una población de más de 1.500 pinzones cebra, una pequeña ave de vivos colores originaria de Australia, los científicos han observado "una componente hereditaria" que explicaría las diferencias observadas en las infidelidades. Y, lo más sorprendente, esta base genética es compartida por ambos sexos.
Los autores del estudio, que se publica hoy en la revista PNAS, han seguido con cámaras de vídeo a estos 1.500 individuos y han husmeado en el ADN escondido en sus células. Los análisis genéticos revelan que los machos promiscuos tienden a engendrar hijas promiscuas. Los resultados sugieren que las variantes genéticas que favorecen este comportamiento promiscuo en los machos, y que tienen como resultado un mayor número de crías y una mayor diversidad genética, tienen el mismo efecto de favorecer la promiscuidad en las hembras. Los autores, dirigidos por Wolfgang Forstmeier, señalan sin más pruebas que esta explicación genética de la infidelidad en los pinzones cebra podría aplicarse también a los humanos. Las hijas de hombres promiscuos serían también promiscuas.
Este pequeño pájaro cantor australiano, de apenas 15 centímetros, es desde hace décadas una especie de rata de laboratorio en la que los científicos rastrean las claves del aprendizaje del lenguaje en los seres humanos. Cuando nace, el pinzón cebra cacarea como si fuera una gallina y así sigue si el padre no le muestra el canto de la especie. Su genoma, secuenciado en 2010, puede esconder estas claves.
Estudios recientes muestran que una hembra asume riesgos mayores a la hora de cometer una infidelidad, desde el abandono de su macho hasta el contagio de una enfermedad de transmisión sexual, pasando por el ataque de un depredador. Sin embargo, las hembras siguen buscando relaciones fuera de su pareja.
Una 'rata' de laboratorio
Investigadores del Instituto Max Planck de Ornitología, en Seewiesen (Alemania), recuperan ahora una explicación "fascinante" denostada durante dos decenios: la genética. Tras estudiar a lo largo de cinco generaciones una población de más de 1.500 pinzones cebra, una pequeña ave de vivos colores originaria de Australia, los científicos han observado "una componente hereditaria" que explicaría las diferencias observadas en las infidelidades. Y, lo más sorprendente, esta base genética es compartida por ambos sexos.
Los autores del estudio, que se publica hoy en la revista PNAS, han seguido con cámaras de vídeo a estos 1.500 individuos y han husmeado en el ADN escondido en sus células. Los análisis genéticos revelan que los machos promiscuos tienden a engendrar hijas promiscuas. Los resultados sugieren que las variantes genéticas que favorecen este comportamiento promiscuo en los machos, y que tienen como resultado un mayor número de crías y una mayor diversidad genética, tienen el mismo efecto de favorecer la promiscuidad en las hembras. Los autores, dirigidos por Wolfgang Forstmeier, señalan sin más pruebas que esta explicación genética de la infidelidad en los pinzones cebra podría aplicarse también a los humanos. Las hijas de hombres promiscuos serían también promiscuas.
Este pequeño pájaro cantor australiano, de apenas 15 centímetros, es desde hace décadas una especie de rata de laboratorio en la que los científicos rastrean las claves del aprendizaje del lenguaje en los seres humanos. Cuando nace, el pinzón cebra cacarea como si fuera una gallina y así sigue si el padre no le muestra el canto de la especie. Su genoma, secuenciado en 2010, puede esconder estas claves.